lunes, 7 de septiembre de 2015

WRC Mundial de Rallies: Tomemos conciencia - MARCA.com

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Es sábado y hace buen tiempo. Una hilera de coches se dibuja en las cunetas del camino que da acceso al tramo. Decenas de aficionados se agolpan en uno de los cruces más espectaculares de todo el recorrido, esperando con avidez el rugido, el espectáculo de los coches…
Escenas semejantes se producen constantemente en cualquiera de los rallies, tramos cronometrados o rallisprints que se celebran cada fin de semana por toda la geografía de nuestro país. Sobre todo, en el norte, especialmente en Galicia, la región española, junto a Asturias, Cantabria y Canarias, donde se viven con más pasión las competiciones de motor.
Las pruebas automovilísticas que se disputan anualmente en la geografía gallega se cuentan por decenas. Su federación funciona como un ente autónomo que trabaja de manera independiente a la Real Federación Española de Automovilismo. Y cada temporada impulsa numerosas categorías y certámenes propios. Aunque la disciplina reina, sin duda, son los rallies.
Cientos de corredores se dan cita en los tramos con vehículos de todo tipo. De hecho, no es insólito que algunos equipos se queden fuera de una prueba por haberse superado el máximo de inscritos que establecen algunas organizaciones, tal es la cantidad de solicitudes que reciben. Y es que el automovilismo está muy presentes en toda Galicia. Es una afición colectiva, que forma parte, desde hace décadas, del folklore popular.
El público local, de los más entendidos y apasionados de nuestro país, suele acudir en masa a los tramos, que resultan, sin duda, por su orografía, tremendamente técnicos y complicados: carreteras estrechas, bacheadas, entre árboles, húmedas y resbaladizas a causa de las frecuentes lluvias, que exigen el máximo a los pilotos.
Dada la cultura de rallies que existe en la comunidad, las entidades que confeccionan las pruebas del campeonato regional cuentan, en su mayoría, con años de experiencia en esas lides. Pero, en ocasiones, la cantidad de aficionados que se agolpan en un determinado punto del recorrido es tal que las labores organizativas se agravan.
En esas circunstancias, la labor de los comisarios, y de los coches de la organización que recorren los tramos antes de los vehículos del rally, evaluando el estado de la carretera y la colocación del público para decidir si se dan o no las condiciones adecuadas para que se celebre un tramo –en caso negativo, tienen potestad para anularlo-, resulta procelosa y delicada.
Verdaderamente, la seguridad en los rallies ha mejorado ostensiblemente durante las últimas décadas. Las organizaciones de nuestro país destinan miles de euros a encintar los tramos para indicar las zonas de público (mayoritariamente, lugares elevados, ajenos a la trayectoria de los vehículos) en las que poder seguir debidamente el desarrollo de la competición. No obstante, como en todo en la vida, lo que debe imperar por encima de leyes y normas es el sentido común.
Motorsport is dangerous, que dicen los ingleses. Garantizar al cien por cien la seguridad de un evento automovilístico resulta prácticamente imposible. Cuando un coche escapa al control de su piloto, se torna completamente impredecible. Sin embargo, las medidas de seguridad diseñadas por los organizadores y profesionales que se dedican a ello ayudan a minimizar los riesgos, instruyen a los aficionados más noveles que nunca antes han pisado un tramo, y contienen, a su vez, a aquellos osados que puedan considerarse libres de peligro.
Para lograr el pulcro cumplimiento de todas esas normas se necesitan comisarios debidamente formados en la materia, agentes de seguridad que refuercen la autoridad de aquellos, y, por encima de todo, responsabilidad a la hora de situarse en los tramos, a seguir las evoluciones de unos corredores que tiene derecho a competir en un entorno seguro, para ellos y todos los demás sujetos involucrados en un rally.
Solo así, conjugando esfuerzos, velando por el cumplimiento de la seguridad, instruyendo a los comisarios, al público, y tomando conciencia de los peligros, se podrán evitar que una desgracia como la de ayer vuelva a sacudir el corazón de los aficionados a una disciplina automovilística que mueve centenares de personas cada fin de semana.
Los rallies no tienen por qué resultar peligrosos, siempre y cuando el público sea consciente, precisamente, de cómo evitar, a instancias de los comisarios, los riesgos que, como toda competición automovilística, pueden entrañar. Las normas están al alcance de todos. Tomemos conciencia. Cumplámoslas.
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