miércoles, 2 de septiembre de 2015

Mujica levanta pasiones en Brasil por decir lo obvio: hace falta decencia | Internacional | EL PAÍS

Uruguay se prepara para despedir al presidente José Mujica
La austeridad de Mujica representa lo contrario de todo eso. El expresidente es un ejemplo de cómo los políticos deben ser personas normales y corrientes. "Un presidente no debe confundirse con un monarca", dijo este sábado. Tan obvio, ¿verdad? Pero en Brasil quizá eso suceda porque todo el mundo vive y trabaja en un palacio: el del Planalto (Presidenta), Bandeirantes (Gobernador de São Paulo), Guanabara (Gobernador de Río de Janeiro)...
Cuando era presidente, Mujica donaba una parte de su sueldo, seguía viviendo en su granja, iba en su Escarabajo a trabajar, no llevaba corbata —a veces, ¡ni siquiera zapatos!— y les abría las puertas del palacio presidencial en el invierno a las personas sin hogar. Y encima apoyó la legalización de la marihuana, la liberalización del aborto y la del matrimonio entre personas del mismo sexo. Ya no es normal en Uruguay que a las mujeres se les prohibida hacer lo que quieran y que la gente no pueda amarse libremente, pero esa es una charla para otro día.
Y no nos hagamos los tontos: Mujica se identifica como un socialista y no niega sus orígenes de izquierda, pese a la crisis de credibilidad de esta corriente política en toda Latinoamérica. Se trata de un alivio para los progresistas que están desencantados. Pero Mujica expresa sus principios de manera tan sutil, con palabras cargadas de una sensatez tan sincera —disculpen la insistencia—, que incluso un conservador desprevenido acaba cayendo en su red. Por ejemplo: "Los estudiantes tienen que darse cuenta de que no es solo un cambio del sistema, es un cambio de cultura, es una cultura civilizadora. Y no hay manera de soñar con un mundo mejor a no ser pasarnos la vida luchando por él. Tenemos que superar el individualismo y crear conciencia colectiva para transformar la sociedad", dijo en la UERJ.
La buena noticia es que la gente se siente cada vez más hasta las narices. Varios analistas y estudios coinciden en que las protestas brasileñas, ya estén travestidas de izquierda (junio de 2013) o de derecha (2015), son claras al repudiar el tipo de conducta de los políticos. Basta con ver la cantidad de veces que se compartieron en las redes sociales de Brasil unas fotos del primer ministro británico, David Cameron, yendo a trabajar en metro. Diez de cada diez analistas políticos lo vienen repitiendo desde 2013: la cabeza del brasileño ha cambiado, pero los políticos todavía no han entendido eso. "El Brasil que salió a las calles es un país que quiere que el político vaya en autobús, que sea igual a él", ya explicaba el politólogo Alberto Carlos Almeida , director del Instituto Análise , en aquella época.
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José Mujica y la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. / elvira megías (Ahora Madrid)
Mujica simboliza este cambio de mentalidad no solo en Brasil, sino en el mundo entero. Y ya no está solo. España, que vivió protestas masivas en 2011 y solo ahora empieza a salir de la crisis económica, ya ha recogido algunos frutos en las elecciones municipales y autonómicas de este año. Los ciudadanos han elegido a parlamentarios, alcaldes y alcaldesas de nuevos partidos y plataformas ciudadanas en algunas de las principales capitales del país. El de Madrid es el caso más representantivo. En su primer día de trabajo, la alcaldesa y exjueza Manuela Carmena , de 71 años, estuvo en la portada de periódicos por ir a trabajar en metro. Recortó sueldos, cargos, coches oficiales y otros privilegios. Y sobre todo ha cambiado las prioridades presupuestarias del Ayuntamiento para hacer cumplir su programa, tras 24 años de gobierno conservador. "Jamás podría imaginar que los jóvenes depositarían sus esperanzas en una abuela ya jubilada como yo", llegó a decir.
Hay un malestar generalizado y sobre todo la juventud —de Brasil, de Latinoamérica y de todo el mundo—, huérfana de representantes y partidos, exige cambios en la política. Es una generación con nuevos valores y hábitos más austeros que sus padres, que prefiere viajar y compartir un coche en vez de pagar caro por uno. Y lo curioso es que, como en los casos de Mujica y Carmena, a veces busca la regeneración política en los mayores porque no encuentra a quien haya entendido el mensaje entre los nuevos líderes. Al fin y al cabo, no se trata de tomar las armas y cambiar todo el sistema. La revolución que se exige es silenciosa: se llama decencia.
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